¿Recuerdan a Margarita Catalina? |
Madeira, 20 de Julio de 1,927
Estando frente a la puerta de la habitación de la
abuela exhalé, relajé mis hombros y luego entré sin llamar.
—¿Tita? —pregunté al entrar—. Me dijeron que estabas
aquí ¿Te sientes mal?
—Pasa mi niña —salió del armario con unas cajas
redondas, forradas en tierno papel y envueltas en lazos de seda.
—¿Qué haces Tita?
—Volviendo al pasado —contestó sonriendo mientras las
ponía en la cama.
Levanté las cejas, supe a lo que se refería.
—¿Y estas cajas? ¿Qué tienes en ellas?
—Recuerdos.
Sonreí, Tita estaba tan ruborizada como una
adolescente, tenía un extraño brillo en sus ojos que no había visto,
definitivamente era otra aunque lo quisiera disimular.
—Abuela… creí que no querías volver a tus recuerdos,
dijiste que estaban muertos y enterrados.
Me miró y sonrió.
—Lo sé —suspiró—. Pero pensando en tus palabras sobre
qué vamos a hacer ahora después de… semejante aventura creo que no tiene caso
seguir engañándome, lo reconozco, no olvidé las cosas simplemente las hice a un
lado para continuar.
Miré a la abuela sorprendida, fue muy valiente al
decir eso.
—Abuela… quieres decir que… que si nunca dejaste de
pensar en el duque... ¿Lo amabas aún casada con el abuelo?
—No mi niña, no quise decir eso —me sujetó de la mano
y nos sentamos en la cama—. Amé a George, lo quise mucho, me enamoré de él, lo
logró, hizo que lo adorara fervientemente, era como mi aire, pero reconozco que
de vez en cuando los recuerdos me asaltaban y… pensaba en él, en Ludwig pero no
como hombre, de nada valía añorar lo que no pudo ser, lo recordaba pero
intentando no odiarlo, lo perdoné con el tiempo e intenté recordarlo con cariño
por el poco amor que habíamos vivido, muchas veces lo compadecí y sé que
odiaría el saber que le pude llegar a tener lástima, en el fondo le deseaba que
fuera feliz donde sea que estuviera y ya ves, su vida no fue fácil a pesar de
tenerlo todo.
—Abuela cuéntame de él, ¿Cómo se conocieron? ¿Cómo
creció esa amistad y ese cariño?
Tita suspiró y sonrió.
—Todo fue exactamente la mañana del día de mis quince
años —sacó un pañuelo con estampado floral de una de las cajas, perdió su
mirada en él—. Gracias a esta prenda que he guardado con cariño lo conocí, fue
como un golpe a mi corazón, había sido el hombre más hermoso que mis ojos
habían visto, aunque lo primero que vi fueron sus lustrosos zapatos —sonrió.
—¿Cómo? —sonreí también.
—El viento se llevó mi pañuelo haciendo que cayeran en
sus zapatos y al inclinarme a recogerlo él lo hizo primero, nuestras manos se
tocaron y en ese instante nuestras miradas también se encontraron.
Los ojos de Tita brillaban, sonaba como una mujer
enamorada.
Me acosté de lado acomodando uno de los almohadones,
quería saber toda la historia de la abuela, esa sonrisa la ruborizaba, parecía
estar feliz al recordar todo, no dejaba de ver y acariciar el pañuelo.
—Jamás olvidaré ese veinte de Julio de 1,927 —continuó
después de un suspiro—. Las celebraciones por mi cumpleaños comenzaron
exactamente a la media noche de ese día y así amanecí, todo el día habría
actividades previas a la fiesta por la noche, familia y amigos cercanos estaban
con nosotros, por fin mi madre había hecho a un lado el miedo a la fatalidad y
al verme toda una jovencita había decidido que posiblemente unos cuantos
pretendientes para escoger no estaría mal, acabábamos de regresar a Madeira
días atrás por lo que nuestra residencia se preparaba a lo grande para mis
quince primaveras o en mi caso eran veranos.
La abuela comenzó a recordar…
Madeira 20 de Julio de 1,927
Esa mañana comenzaban los festejos por mi cumpleaños,
los obsequios comenzaban a llegar desde temprano. Mi hermano mayor se encargaba
junto con mi papá de algunos asuntos mientras mi madre ofuscada se encargaba de
otros, la decoración, el banquete, la música, el vestuario todo le parecía que
saldría mal, se obsesionaba con todo y todo debía de salir según sus planes. Me
decía que desde que nací había planeado mi fiesta de quince como también mi
boda parecía que la fiesta era para ella, yo estaba totalmente ajena a la
celebración, la verdad era muy tímida, introvertida, taciturna, como la
señorita de bien que fui educada, no podía hablar sin permiso ni mucho menos
opinar, tenía que ser muy recatada, muy propia según la educación católica que
recibí. Antes había un gran respeto hacia los padres y a los abuelos, las
mujeres éramos sumisas y todo lo que decidían los demás estaba bien para
nosotras, aunque eso no era tan bueno, mi madre no era tanto así, pensaba por
sí misma y muchas veces no reparaba en decir lo que pasaba por su cabeza, era
un tanto impulsiva, papá muchas veces la tenía que controlar, era un poco
dominante, le gustaba que las cosas se hicieran a su modo, podría decir que era
un poco caprichosa pero yo al menos no heredé su carácter sino el de mi padre,
él era más tranquilo, llevadero, intentaba consentirla y así tenerla tranquila,
en ese aspecto mi madre fue feliz. Debo reconocer que para ser la única mujer a
mí me quiso moldear a su imagen y semejanza, desde que era pequeña lo recuerdo:
“Isabella siéntate derecha y cruza los
tobillos” “Isabella usa la servilleta” “Isabella, no corras” “Isabella camina
erguida” “Isabella no hagas ruido con la cuchara” “Isabella no hagas sonar la
porcelana” En mi habitación desde niña todo estaba ordenado de la manera
más impecable y en estricto patrón de muebles, tamaños y colores, las mesas,
sillones, lámparas y hasta los juguetes debían estar clasificados no digamos mi
guardarropa. Mi madre era enemiga a muerte del desorden, odiaba ver algo mal
colocado porque no había quien la callara, las sirvientas le temían. Nuestro
atuendo al momento de salir debía estar acorde y a tonalidad en todo,
sombreros, guantes, abanicos, bolsos y zapatos, todo accesorio también debía de
combinar a la perfección con nuestra ropa, mi madre era un ícono de la moda,
eso si la mataba, la ropa, accesorios, zapatos y perfumes era su debilidad, la
apariencia le importaba demasiado.
Esa mañana no salí de mi habitación hasta que la
modista y la estilista terminaran conmigo, mi fiesta oficial sería por la noche
pero como la celebración comenzaría desde la mañana yo debía estar impecable
para los amigos y demás familiares que nos acompañaban, aunque los zapatos me
mataran y me terminaran de masacrar por la noche, ese era el precio a pagar
zapatos nuevos. Para mí todo era abrumador y exagerado pero para mi madre no
ponía peros ni excusas porque cuando se resentía por algo, Dios santo era
bastante dura de roer para contentarla de nuevo, su molestia iba más allá y
podía pasar muchos días molesta por el mismo problema, su cerebro de elefante
no le permitía que se le escapara nada. Para ese día mi fiesta de quince años
tenía que ser perfecta, cuando bajé a la sala estaba complacida al verme, me
tomó de ambas manos y me estudió de pies a cabeza, luego de pasar la prueba me
besó en ambas mejillas y en mi frente;
—Feliz cumpleaños mi Isabella —me dijo luego de un
suspiro—. Hoy es el día en que dejas de ser niña para convertirte en una bella
señorita, te auguro un futuro maravilloso, lleno del amor, dicha y bienestar
que mereces.
—Muchas gracias madre —le dije inclinando la cabeza.
—Ven —besó mi frente de nuevo y me abrazó—. Vamos con
algunos invitados que están en el jardín y desean verte y felicitarte.
Y así fue, ambas salimos en compañía de las mucamas
que nos asistían y mi nana, al salir al precioso jardín decorado todos los
presentes nos aplaudieron, mi padre se acercó a nosotras y después de saludarme
y besar mis manos también me felicitó;
—Dios te bendiga mi princesa —besó mi frente—. Deseo
que cumplas muchísimas más felices primaveras y que con cada año tu belleza y
gracia vaya en aumento.
—Muchas gracias padre —le dije evitando llorar.
—Vamos mi niña —insistió mi madre—. Vamos a saludar a
todos.
El motivo de la fiesta no era sólo la celebración de
mi cumpleaños sino concretar los planes de mamá que había hecho a un lado siendo
yo pequeña el cual era encontrar un buen candidato que llenara sus expectativas
y cuando digo un buen partido no sólo era a alguien con mucho dinero o noble
posición, sino literalmente un noble perteneciente a la realeza, mi madre se
había encaprichado en que debía casarme con un noble de verdad y para colmo no
se conformaba con cualquiera sino que debía ser un príncipe real si fuera
posible para yo convertirme en princesa y siendo un heredero al trono mucho
mejor, en su sangre estaba ese deseo de reinar, tenía la realeza por herencia y
deseaba cumplir su sueño a través de mí, lo reconozco, era ambiciosa en ese
sentido. Era mi presentación oficial en sociedad, en otras palabras una manera
de exponerme y darme a conocer al mejor postor, eso sentía después, ¡por Dios!
Tenía quince años, no quería dejar mis muñecas ni mis juegos de té, pensar en
chicos era inapropiado ni siquiera como amigos, todavía era una niña, mi
periodo no me había visitado y aunque ya conocía un poco sobre eso la idea me
aterraba y más por los cambios que mi cuerpo iba a sufrir, a pesar de ser niña
mi cuerpo estaba ya bien formado, el corsé era una maravilla, mi cintura
estrecha, mis pechos pequeños y redondos que aún no se formaban bien pero que
ya daban una idea de cómo serían, mi cadera ya comenzaba a tener una sutil
forma que comenzaban a notarse y me estilizaba la figura, me ayudaba mucho. Mi
mamá me obligó a tomar clases de ballet desde los cinco y eso en parte me
ayudó, el siguiente paso para convertirme en señorita de verdad era simplemente
la “indeseable” visita que tarde o temprano me llegaría y que pondría mi
existencia de cabeza. Me decían que iba a tener dolor de cabeza, de cuerpo, de
vientre, que todo me iba a molestar porque estaría muy irritante o por el
contrario cualquier tontería me haría llorar porque estaría muy sensible, iba a
tener malestar en la caderas, en las piernas y posiblemente también en los
pechos, saber todo eso no me hacía gracia y menos tener esa sensibilidad que me
hiciera llorar de la nada o la irritabilidad que me apareciera de repente, era
natural que iba a tener más sueño que el acostumbrado o por el contrario no
pegara el ojo toda la noche debido al insomnio, saber que me ocurriría todo eso
era una catástrofe para mí, mi tranquilidad era sagrada y no me hacía nada de
gracia estar así aunque fuera sólo unos cuantos días, ese tema del sangrado me
asustaba mucho.
—¿Qué es esa música? —dijo mi madre deteniéndose y cambiando su semblante—. Isabella ¿tú lo
sabes? —insistió.
Negué desconcertada, su buen humor se estaba yendo.
—¿Dónde está Erik Alfonso? —preguntó muy molesta
mirando hacia todos lados, cuando ella llamaba a mis hermanos y a mí por
nuestros nombres completos, había que temblar, significaba que estaba molesta.
—Margarita… —mi padre quiso tranquilizarla
—Ya estoy harta Francisco —le dijo resoplando—. Esa
música me fastidia y él lo sabe, no la soporto, no voy a permitirla en el
cumpleaños de Isabella.
Lo buscó con la mirada y al verlo lo llamó, mi pobre
hermano frunció el ceño, tragó un poco de jugo que bebía y con reservas y sin
remedio se acercó, sabía lo que le esperaba.
—Dígame madre —le dijo de manera respetuosa.
—Querido hijo —mamá sonrió para que nadie notara que
estaba molesta—. ¿Serías tan amable de quitar esa música?
—Pero madre es Gershwin, es su rapsodia en blue, es…
—Me importa un comino quien sea, ya te dije que no me
gusta su música, es muy… no sé cómo llamarla ¿insinuante? Por favor y por
respeto a tu hermana ¡quítala!
—¿Y su concierto en fa para piano?
—Ya te dije que no, nada de él, no me gusta su estilo
tan… libertino.
—Pe… pero madre…
—Obedece por favor —levantó la mano en señal de dar
por terminada la plática.
—Margarita por favor, el señor Gershwin es un gran
músico y compositor, lo único es que nos muestra un poco más de la cultura americana
y…
—Querido por favor compláceme —le dijo mamá fingiendo
su sonrisa para que los demás no la notaran—. Sabes bien que no me gusta esa
música, no me gusta su aire de jazz, además no es propia para la fiesta de
Isabella así que… —se volvió a Erik otra vez y lo miró fijamente—: Por favor
quita esa música y pon algo con más clase, a mi querido Chopin por ejemplo y
que no se discuta más.
Erik miró a papá y éste con la mirada le dijo que
obedeciera, luego de mirarme a mí hizo un leve puchero y procedió a obedecer.
—¡Ah! Y por la noche quiero sólo música de Strauss
¿Dónde está la orquesta? —Insistió mamá.
—Vendrán a media tarde, no te preocupes —contestó mi
pobre hermano resignado.
—Muy
bien y ahora ve, quita eso de una vez y pon a Chopin, aún hay mucho que hacer y
no quiero tener la cabeza en varios lugares a la vez.
*****
Definitivamente no me sentía bien, intenté
concentrarme en la lectura del diario de mi suegra pero no podía, quise estar
en esa Madeira, en ese día de 1,927 pero seguía muy nerviosa y no había manera
de tranquilizarme, cerré el diario y lo guardé en mi cajón, exhalé volviendo a
recostarme en el respaldar de la cama, recordar lo que había pasado me revolvía
el estómago, el miedo en mí estaba latente, era imposible olvidar la
experiencia, no podía apartar de mi cabeza lo sucedido, todos como familia no
estábamos bien aunque los hombres quisieran disimularlo, Loui no podía
engañarme, sabía que no estaba bien como también sabía que sus posibilidades
para actuar ante un fantasma que nos acechaba eran nulas, su posición no era
fácil y debía comprenderlo aunque no sabía cómo hacerlo, el mismo miedo parecía
tenernos impotentes a todos.