"Ya era 30 de Julio y esa monotonía de hacer lo mismo
todos los días me estaba aburriendo y obviamente la rutina puede ser fatal. No
podía usar mi teléfono móvil ya que no sólo estaba fuera de cobertura, sino que
obviamente no había señal, como tampoco podía usar mi computadora portátil
porque corría el riesgo de que me quemaran por hereje o algo parecido, al menos
durante el día. Sin internet, estaba desconectada completamente del mundo que
conocía, por lo que aprovechaba entonces cargar la máquina durante la noche y
en la soledad, mientras todos descansaban, escribía un poco hasta que el
resplandor de la pantalla me hacía bajar un sueño pesado. Deseaba escuchar
música libremente y sólo podía conformarme con algunas piezas de conciertos que
tenía guardadas en la máquina y algunos discos que había traído, los cuales
escuchaba con el volumen lo más bajo posible. Deseaba poder escribir libremente
durante el día y no podía a menos que fuera en papel. Un día por la mañana,
mientras tomaba un refrigerio y leía un libro en el jardín, Randolph se me
acercó para hacer una pregunta que no debió hacer;
—Buenos días
señorita Constanza. ¿Cómo se siente en su primera semana de estar aquí?
Obviamente notó mi aburrimiento y mi expresión;
—¿Aparte de
caminar de mi habitación a la biblioteca todos los días y saberme ya de memoria
todos los libros que tienen? ¿Aparte de comer sola todos los días y salir a
pasear dentro de los perímetros que también ya me sé de memoria? ¿Aparte de
conocer todas las flores y las esculturas que adornan los jardines? —Con mis preguntas sarcásticas Randolph pudo deducir cómo me sentía en
realidad, así que sin darle más vueltas al asunto continué—: Aunque el lugar es muy bonito, siento que se ha convertido en una prisión para mí.
—Veo que se
siente molesta, su actitud y su
tono de voz me lo dice. —No pudo disimular tampoco el suyo, sonaba un tanto
desilusionado.
—Randolph, yo
puedo tener todas las intenciones de ayudar al príncipe pero sí él no pone nada de su
parte, entonces yo nada puedo hacer y de ser así, tendré que regresar por donde
vine.
—No, por favor.
—Se apresuró a decir—. No piense en
irse todavía si llegó hace unos días, no sienta que está perdiendo su tiempo.
Vea todo esto como si estuviera tomando unas vacaciones.
—¿Vacaciones? —Boquiabierta y sorprendida—. En
mis vacaciones yo voy a donde me place y hago todo lo que me gusta, aquí parece
que no puedo hacer nada y mi paciencia ya se está agotando.
—Por favor, comprenda que no es fácil para su
alteza asimilar la misión por la cual usted está aquí. —Insistió.
—¿O sea que él
lo sigue pensando? Creí que al
llamarme, él ya estaba seguro de su decisión. El problema, es que le dejan
hacer todo lo que quiere como si fuera un niño terco y como un niño caprichoso
y malcriado, necesita unas cuantas nalgadas.
Obviamente mi
comentario se había pasado de la raya y reconozco que por mi enojo no medí las
palabras. Randolph se sorprendió por mi determinación y mi manera tan liberal
de pensar, pero me advirtió que no hiciera esos comentarios delante de la
servidumbre y que tuviera mucho cuidado al pensar en voz alta. Me confesó que
durante la semana que había pasado, pudo deducir como era yo y no era una mujer
que se dejaba dominar, que tampoco era sumisa, que había tratado de acoplarme a
las normas y costumbres pero que se notaba, que no lo hacía con gusto. Lo miré
fijamente y le agradecí sus consejos, también alabé su manera tan sutil de
haberme observado y su espíritu de discernimiento para saber cómo era yo y para
conocer mi manera de ser. Pero yo también le advertí, que si en la próxima
semana que iniciaba las cosas seguían igual y el príncipe indiferente, tendría
que irme porque no estaba dispuesta a seguir perdiendo mi tiempo y tampoco, iba
a envejecer esperando que un príncipe se dignara a conocerme, que le dijera eso
a él de mi parte y que yo esperaba una respuesta certera para el día siguiente.
Esa noche, le pedí a Gertrudis que me subiera la cena a mi habitación y que lo
mismo hiciera con el desayuno. No era mi intención desafiar a nadie, pero si
iba a comer sola como siempre, entonces lo haría en mi habitación.
No podía dormir. Me sentía impotente y decepcionada al
no poder hacer nada por este hombre. No podía creer que alguien que había
tenido todo en la vida, no le importara nada. Pensaba en el pobre perro que lo
acompañaba y en la tortura que sería para el pobre animal soportar ese
encierro, en fin yo ya estaba decidida y si las cosas no cambiaban me tendría
que ir. Al no poder dormir me levanté y vi por la ventana un cielo bellamente
estrellado, con una luna que alumbraba como el sol y recordé lo hermoso que
sería ver todo desde la cúpula de la biblioteca o desde el observatorio.
Rápidamente me vestí con mi bata y sin hacer ruido fui a la biblioteca. Subí
las escaleras de caracol y contemplé por un momento la belleza del cielo a
través de la cúpula, lo cual como pensé, era un espectáculo maravilloso, pero
eso no me bastó, así que me dirigí a la esquina opuesta para intentar entrar al
observatorio. Al girar el llavín, pude abrir la puerta que para mi sorpresa no
estaba cerrada lo cual me extraño, pero la curiosidad me podía más, así que
entré con cuidado.
Todo estaba oscuro pero sentía una deliciosa alfombra
en mis pies, también había otra cúpula de cristal más pequeña que estaba
abierta y parte del telescopio que salía de ella, estaba enfocado en cierta
dirección al cielo. Me acerqué para poder ver el espacio que se veía hermoso,
no era necesario ajustar el lente, estaba perfecto, parecía que se podían tocar
las estrellas y bajarlas. A pesar de estar todo tan oscuro, la luz de la luna
alumbraba el interior del observatorio y alcancé a ver la pintura de una mujer,
cuyo rostro estaba medio cubierto por un sombrero con flores, su mirada era muy
dulce y gentil con una ligera sonrisa. También había muchas otras cosas como
cofres, mesas, sillas, cuadros y objetos antiguos y mitológicos que no pude ver
bien porque un peculiar sonido me interrumpió; el rugido de un enorme perro
negro listo para atacar provenía de un rincón, sus enormes colmillos me estaban
amenazando. Me quedé quieta sin saber qué hacer, sabía que si me seguía
moviendo el perro me atacaría, así que poco a poco fui retrocediendo de la
misma manera en la que había entrado. Cuando le estaba hablando bonito al
animal para tranquilizarlo y no me sintiera una extraña, repentinamente un
hombre me atacó por la espalda, sujetándome con fuerza y tapándome la boca para
evitar que gritara, del susto casi me desmayo, pero tuve fuerzas para forcejear
con él. El perro, al ver la acción y el ruido de las cosas al caer, se
precipitó de su rincón para atacarme, pero su dueño le ordenó con voz firme que
se quedara quieto y al instante obedeció. Mientras yo deseaba soltarme y ver a
mi atacante, éste me sujetó con más fuerza lastimándome la espalda;
—Quédate quieta. —Susurró en mi oído.
No sabría como
describir su voz, era muy grave, muy ronca y autoritaria como de un hombre ya
bastante maduro. Accedí a ya no forcejear más porque estaba adolorida, pero aún
así él no me soltó. Me advirtió que no gritara para poco a poco ir quitando su
mano de mi boca. Trataba de respirar con tranquilidad pero no podía,
prácticamente jadeaba con la boca abierta cuando me soltó, necesitaba respirar
de cualquier manera. Deslizó sutilmente su mano que tapaba mi boca hasta mi
cuello, sujetándolo y susurrándome al oído con un tono amenazador preguntó;
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no has
obedecido? Sabes que este lugar está prohibido.
La verdad no sabía que responder. Estaba muy asustada.
Sentía su aliento caliente y su lenta respiración en mi cuello como si
estuviera olfateándome detenidamente, para luego morderme. No sabía cómo interpretar
eso, sólo creía que en cualquier momento me arrancaría la cabeza. Sonaba muy
enojado, así que le dije la verdad;
—Lo siento.
Sentía curiosidad por el lugar y lo bonito que sería ver el espacio, esta noche
desde aquí.
Su ardiente
respiración sobre mi cuello me estaba aterrando y con una amenazadora voz de
furia conteniéndola, siguió hablándome;
—¿No sabes lo
que les pasa a los que desobedecen mis órdenes?
—No, no lo sé. —Tratando de contener la conciencia le contesté.
Estaba
temblando de miedo y los nervios, más el dolor que sentía, hacían que ya no pudiera
respirar más. Así que sólo sentí que perdí el conocimiento y me desvanecí sin
recordar nada más, hasta que me desperté por la mañana sin saber si había
soñado o no. Pero al día siguiente, el gran dolor en la espalda me impidió
levantarme, así que supe que no había soñado lo que pasó. Había estado en los
brazos de un desconocido, de un hombre y no uno cualquiera. Tenía miedo de ser
castigada por mi desobediencia y sólo esperaba su decisión. Sabía perfectamente
con quien me había encontrado y literalmente había estado en los brazos del
príncipe."