jueves, 12 de febrero de 2015

Nieblas del Pasado 3 capítulo 1

¿Recuerdan a Margarita Catalina? 


  


¡Cuatro mil visitas! wow muchas gracias por pasar por acá, gracias a los que han conocido la historia y les ha gustado, gracias por pasar pendientes de las publicaciones, las estadísticas que estoy viendo me han dejado asombrada, gracias por estar tanto aquí como en la página, gracias de verdad porque después de estar ausente por motivos personales dolorosos esto que pasa con mi saga me alegra mucho de verdad, sé que las que siguen la historia y les ha cautivado esperan con ansias el quinto libro o sea "Nieblas del Pasado 3" les recuerdo que en mi grupo se comparten algunas cosas como primicia y como el año pasado allá compartí el primer capítulo del quinto libro ahora lo comparto acá, si ya conoces la historia y sabes cómo terminó pues ahora sabrás como va a iniciar. De nuevo muchas gracias a todas (os) los que pasan a visitarme por acá.






Madeira, 20 de Julio de 1,927



Estando frente a la puerta de la habitación de la abuela exhalé, relajé mis hombros y luego entré sin llamar.
—¿Tita? —pregunté al entrar—. Me dijeron que estabas aquí ¿Te sientes mal?
—Pasa mi niña —salió del armario con unas cajas redondas, forradas en tierno papel y envueltas en lazos de seda.
—¿Qué haces Tita?
—Volviendo al pasado —contestó sonriendo mientras las ponía en la cama.
Levanté las cejas, supe a lo que se refería.
—¿Y estas cajas? ¿Qué tienes en ellas?
—Recuerdos.
Sonreí, Tita estaba tan ruborizada como una adolescente, tenía un extraño brillo en sus ojos que no había visto, definitivamente era otra aunque lo quisiera disimular.
—Abuela… creí que no querías volver a tus recuerdos, dijiste que estaban muertos y enterrados.
Me miró y sonrió.
—Lo sé —suspiró—. Pero pensando en tus palabras sobre qué vamos a hacer ahora después de… semejante aventura creo que no tiene caso seguir engañándome, lo reconozco, no olvidé las cosas simplemente las hice a un lado para continuar.
Miré a la abuela sorprendida, fue muy valiente al decir eso.
—Abuela… quieres decir que… que si nunca dejaste de pensar en el duque... ¿Lo amabas aún casada con el abuelo?
—No mi niña, no quise decir eso —me sujetó de la mano y nos sentamos en la cama—. Amé a George, lo quise mucho, me enamoré de él, lo logró, hizo que lo adorara fervientemente, era como mi aire, pero reconozco que de vez en cuando los recuerdos me asaltaban y… pensaba en él, en Ludwig pero no como hombre, de nada valía añorar lo que no pudo ser, lo recordaba pero intentando no odiarlo, lo perdoné con el tiempo e intenté recordarlo con cariño por el poco amor que habíamos vivido, muchas veces lo compadecí y sé que odiaría el saber que le pude llegar a tener lástima, en el fondo le deseaba que fuera feliz donde sea que estuviera y ya ves, su vida no fue fácil a pesar de tenerlo todo.
—Abuela cuéntame de él, ¿Cómo se conocieron? ¿Cómo creció esa amistad y ese cariño?
Tita suspiró y sonrió.
—Todo fue exactamente la mañana del día de mis quince años —sacó un pañuelo con estampado floral de una de las cajas, perdió su mirada en él—. Gracias a esta prenda que he guardado con cariño lo conocí, fue como un golpe a mi corazón, había sido el hombre más hermoso que mis ojos habían visto, aunque lo primero que vi fueron sus lustrosos zapatos —sonrió.
—¿Cómo? —sonreí también.
—El viento se llevó mi pañuelo haciendo que cayeran en sus zapatos y al inclinarme a recogerlo él lo hizo primero, nuestras manos se tocaron y en ese instante nuestras miradas también se encontraron.
Los ojos de Tita brillaban, sonaba como una mujer enamorada.
Me acosté de lado acomodando uno de los almohadones, quería saber toda la historia de la abuela, esa sonrisa la ruborizaba, parecía estar feliz al recordar todo, no dejaba de ver y acariciar el pañuelo.
—Jamás olvidaré ese veinte de Julio de 1,927 —continuó después de un suspiro—. Las celebraciones por mi cumpleaños comenzaron exactamente a la media noche de ese día y así amanecí, todo el día habría actividades previas a la fiesta por la noche, familia y amigos cercanos estaban con nosotros, por fin mi madre había hecho a un lado el miedo a la fatalidad y al verme toda una jovencita había decidido que posiblemente unos cuantos pretendientes para escoger no estaría mal, acabábamos de regresar a Madeira días atrás por lo que nuestra residencia se preparaba a lo grande para mis quince primaveras o en mi caso eran veranos.
La abuela comenzó a recordar…
Madeira 20 de Julio de 1,927
Esa mañana comenzaban los festejos por mi cumpleaños, los obsequios comenzaban a llegar desde temprano. Mi hermano mayor se encargaba junto con mi papá de algunos asuntos mientras mi madre ofuscada se encargaba de otros, la decoración, el banquete, la música, el vestuario todo le parecía que saldría mal, se obsesionaba con todo y todo debía de salir según sus planes. Me decía que desde que nací había planeado mi fiesta de quince como también mi boda parecía que la fiesta era para ella, yo estaba totalmente ajena a la celebración, la verdad era muy tímida, introvertida, taciturna, como la señorita de bien que fui educada, no podía hablar sin permiso ni mucho menos opinar, tenía que ser muy recatada, muy propia según la educación católica que recibí. Antes había un gran respeto hacia los padres y a los abuelos, las mujeres éramos sumisas y todo lo que decidían los demás estaba bien para nosotras, aunque eso no era tan bueno, mi madre no era tanto así, pensaba por sí misma y muchas veces no reparaba en decir lo que pasaba por su cabeza, era un tanto impulsiva, papá muchas veces la tenía que controlar, era un poco dominante, le gustaba que las cosas se hicieran a su modo, podría decir que era un poco caprichosa pero yo al menos no heredé su carácter sino el de mi padre, él era más tranquilo, llevadero, intentaba consentirla y así tenerla tranquila, en ese aspecto mi madre fue feliz. Debo reconocer que para ser la única mujer a mí me quiso moldear a su imagen y semejanza, desde que era pequeña lo recuerdo: “Isabella siéntate derecha y cruza los tobillos” “Isabella usa la servilleta” “Isabella, no corras” “Isabella camina erguida” “Isabella no hagas ruido con la cuchara” “Isabella no hagas sonar la porcelana” En mi habitación desde niña todo estaba ordenado de la manera más impecable y en estricto patrón de muebles, tamaños y colores, las mesas, sillones, lámparas y hasta los juguetes debían estar clasificados no digamos mi guardarropa. Mi madre era enemiga a muerte del desorden, odiaba ver algo mal colocado porque no había quien la callara, las sirvientas le temían. Nuestro atuendo al momento de salir debía estar acorde y a tonalidad en todo, sombreros, guantes, abanicos, bolsos y zapatos, todo accesorio también debía de combinar a la perfección con nuestra ropa, mi madre era un ícono de la moda, eso si la mataba, la ropa, accesorios, zapatos y perfumes era su debilidad, la apariencia le importaba demasiado.
Esa mañana no salí de mi habitación hasta que la modista y la estilista terminaran conmigo, mi fiesta oficial sería por la noche pero como la celebración comenzaría desde la mañana yo debía estar impecable para los amigos y demás familiares que nos acompañaban, aunque los zapatos me mataran y me terminaran de masacrar por la noche, ese era el precio a pagar zapatos nuevos. Para mí todo era abrumador y exagerado pero para mi madre no ponía peros ni excusas porque cuando se resentía por algo, Dios santo era bastante dura de roer para contentarla de nuevo, su molestia iba más allá y podía pasar muchos días molesta por el mismo problema, su cerebro de elefante no le permitía que se le escapara nada. Para ese día mi fiesta de quince años tenía que ser perfecta, cuando bajé a la sala estaba complacida al verme, me tomó de ambas manos y me estudió de pies a cabeza, luego de pasar la prueba me besó en ambas mejillas y en mi frente;
—Feliz cumpleaños mi Isabella —me dijo luego de un suspiro—. Hoy es el día en que dejas de ser niña para convertirte en una bella señorita, te auguro un futuro maravilloso, lleno del amor, dicha y bienestar que mereces.
—Muchas gracias madre —le dije inclinando la cabeza.
—Ven —besó mi frente de nuevo y me abrazó—. Vamos con algunos invitados que están en el jardín y desean verte y felicitarte.
Y así fue, ambas salimos en compañía de las mucamas que nos asistían y mi nana, al salir al precioso jardín decorado todos los presentes nos aplaudieron, mi padre se acercó a nosotras y después de saludarme y besar mis manos también me felicitó;
—Dios te bendiga mi princesa —besó mi frente—. Deseo que cumplas muchísimas más felices primaveras y que con cada año tu belleza y gracia vaya en aumento.
—Muchas gracias padre —le dije evitando llorar.
—Vamos mi niña —insistió mi madre—. Vamos a saludar a todos.
El motivo de la fiesta no era sólo la celebración de mi cumpleaños sino concretar los planes de mamá que había hecho a un lado siendo yo pequeña el cual era encontrar un buen candidato que llenara sus expectativas y cuando digo un buen partido no sólo era a alguien con mucho dinero o noble posición, sino literalmente un noble perteneciente a la realeza, mi madre se había encaprichado en que debía casarme con un noble de verdad y para colmo no se conformaba con cualquiera sino que debía ser un príncipe real si fuera posible para yo convertirme en princesa y siendo un heredero al trono mucho mejor, en su sangre estaba ese deseo de reinar, tenía la realeza por herencia y deseaba cumplir su sueño a través de mí, lo reconozco, era ambiciosa en ese sentido. Era mi presentación oficial en sociedad, en otras palabras una manera de exponerme y darme a conocer al mejor postor, eso sentía después, ¡por Dios! Tenía quince años, no quería dejar mis muñecas ni mis juegos de té, pensar en chicos era inapropiado ni siquiera como amigos, todavía era una niña, mi periodo no me había visitado y aunque ya conocía un poco sobre eso la idea me aterraba y más por los cambios que mi cuerpo iba a sufrir, a pesar de ser niña mi cuerpo estaba ya bien formado, el corsé era una maravilla, mi cintura estrecha, mis pechos pequeños y redondos que aún no se formaban bien pero que ya daban una idea de cómo serían, mi cadera ya comenzaba a tener una sutil forma que comenzaban a notarse y me estilizaba la figura, me ayudaba mucho. Mi mamá me obligó a tomar clases de ballet desde los cinco y eso en parte me ayudó, el siguiente paso para convertirme en señorita de verdad era simplemente la “indeseable” visita que tarde o temprano me llegaría y que pondría mi existencia de cabeza. Me decían que iba a tener dolor de cabeza, de cuerpo, de vientre, que todo me iba a molestar porque estaría muy irritante o por el contrario cualquier tontería me haría llorar porque estaría muy sensible, iba a tener malestar en la caderas, en las piernas y posiblemente también en los pechos, saber todo eso no me hacía gracia y menos tener esa sensibilidad que me hiciera llorar de la nada o la irritabilidad que me apareciera de repente, era natural que iba a tener más sueño que el acostumbrado o por el contrario no pegara el ojo toda la noche debido al insomnio, saber que me ocurriría todo eso era una catástrofe para mí, mi tranquilidad era sagrada y no me hacía nada de gracia estar así aunque fuera sólo unos cuantos días, ese tema del sangrado me asustaba mucho.
—¿Qué es esa música? —dijo mi madre deteniéndose  y cambiando su semblante—. Isabella ¿tú lo sabes? —insistió.
Negué desconcertada, su buen humor se estaba yendo.
—¿Dónde está Erik Alfonso? —preguntó muy molesta mirando hacia todos lados, cuando ella llamaba a mis hermanos y a mí por nuestros nombres completos, había que temblar, significaba que estaba molesta.
—Margarita… —mi padre quiso tranquilizarla
—Ya estoy harta Francisco —le dijo resoplando—. Esa música me fastidia y él lo sabe, no la soporto, no voy a permitirla en el cumpleaños de Isabella.
Lo buscó con la mirada y al verlo lo llamó, mi pobre hermano frunció el ceño, tragó un poco de jugo que bebía y con reservas y sin remedio se acercó, sabía lo que le esperaba.
—Dígame madre —le dijo de manera respetuosa.
—Querido hijo —mamá sonrió para que nadie notara que estaba molesta—. ¿Serías tan amable de quitar esa música?
—Pero madre es Gershwin, es su rapsodia en blue, es…
—Me importa un comino quien sea, ya te dije que no me gusta su música, es muy… no sé cómo llamarla ¿insinuante? Por favor y por respeto a tu hermana ¡quítala!
—¿Y su concierto en fa para piano?
—Ya te dije que no, nada de él, no me gusta su estilo tan… libertino.
—Pe… pero madre…
—Obedece por favor —levantó la mano en señal de dar por terminada la plática.
—Margarita por favor, el señor Gershwin es un gran músico y compositor, lo único es que nos muestra un poco más de la cultura americana y…
—Querido por favor compláceme —le dijo mamá fingiendo su sonrisa para que los demás no la notaran—. Sabes bien que no me gusta esa música, no me gusta su aire de jazz, además no es propia para la fiesta de Isabella así que… —se volvió a Erik otra vez y lo miró fijamente—: Por favor quita esa música y pon algo con más clase, a mi querido Chopin por ejemplo y que no se discuta más.
Erik miró a papá y éste con la mirada le dijo que obedeciera, luego de mirarme a mí hizo un leve puchero y procedió a obedecer.
—¡Ah! Y por la noche quiero sólo música de Strauss ¿Dónde está la orquesta? —Insistió mamá.
—Vendrán a media tarde, no te preocupes —contestó mi pobre hermano resignado.
—Muy bien y ahora ve, quita eso de una vez y pon a Chopin, aún hay mucho que hacer y no quiero tener la cabeza en varios lugares a la vez.
*****
Definitivamente no me sentía bien, intenté concentrarme en la lectura del diario de mi suegra pero no podía, quise estar en esa Madeira, en ese día de 1,927 pero seguía muy nerviosa y no había manera de tranquilizarme, cerré el diario y lo guardé en mi cajón, exhalé volviendo a recostarme en el respaldar de la cama, recordar lo que había pasado me revolvía el estómago, el miedo en mí estaba latente, era imposible olvidar la experiencia, no podía apartar de mi cabeza lo sucedido, todos como familia no estábamos bien aunque los hombres quisieran disimularlo, Loui no podía engañarme, sabía que no estaba bien como también sabía que sus posibilidades para actuar ante un fantasma que nos acechaba eran nulas, su posición no era fácil y debía comprenderlo aunque no sabía cómo hacerlo, el mismo miedo parecía tenernos impotentes a todos.