sábado, 23 de julio de 2016

El comienzo de una historia.

¿Te dice algo esta fecha? Como autores debemos llevar -obligadamente- un orden cronológico de la historia escrita y quien no lo hace comete un error porque tal vez el autor tenga su mapa bien trazado en su cabeza ¿pero y el lector? ¿esperas que adivine? En mi caso para mí es muy importante saber donde un libro me sitúa, odio esos libros que comienzan sin decir ni pío en ese aspecto porque me siento en el limbo sin tener ni una mísera idea de lo que el autor esta queriendo transmitir si antes no me dice concretamente donde estoy y en qué fecha, la ubicación específica es fundamental al menos para mí.
Quienes han leído mi saga saben que lo que más van a encontrar son fechas y más porque juego con el pasado y presente y fue algo que quise dejar bien claro así me evito reclamaciones, no basta tener tu mapa en la cabeza, no hay que confiarse, la memoria puede fallar así que ayudándote de una libreta te va mejor, yo prefiero mi hoja de papel y lápiz a lo que puede estar en la compu porque lo primero te puede perdurar años y años y lo segundo ya depende de la máquina o de tus discos quemados.
Así que recordando que es una fecha especial vengo a compartirla de nuevo, ¿recuerdas como inicia el primer capítulo del primer libro? Pues sí, se trata del inicio de una aventura, en esta fecha Constanza llega a Bórdovar y así comienza la historia vista y narrada a través de ella, ¿Recordamos un poco?



"Era un 23 de Julio cuando llegué por vía aérea y después marítima, ya que sólo se podía tener acceso a ese lugar por mar, se trataba de una isla, pero eso no lo supe al principio. Fui llamada con la misión de darle tutorías al príncipe en arte, música, literatura, civilizaciones antiguas e historia universal. Su madre le había enseñado estas cosas desde pequeño y ahora, era el momento para que volviera a retomar todo, poder salir de su encierro, hacerse cargo de su pueblo y convertirse en rey. Tal vez sonaba un poco tonto e incrédulo pero así eran las cosas. No me fue difícil tomar la decisión de irme de mi país, en la primavera que acababa de pasar había cumplido mis veinticinco años y había estado deseando la oportunidad de viajar y hacer algo diferente con mi vida. Me dolió dejar atrás muchas cosas y tuve la sensación, de que pasaría mucho tiempo para que todos los que me conocían volvieran a saber de mí, o tal vez era yo la que ya no deseaba saber nada de nadie y ésta, fue la oportunidad que tuve para escapar de la realidad, a un mundo alejado y diferente a lo que conocía.
Cuando llegué al puerto el calor era sofocante. Mi piel “canela clara” como me llamaba mi abuela había cambiado de tono, estaba sonrojada por la temperatura. El rímel y las sombras parecían haberse derretido y hacían que mi mirada café se volviera más intensa, por lo que tomé una toallita de papel y observándome en el espejo de mi polvera procedí a limpiarlos un poco. Llevaba mi cabello negro suelto y alisado pero la humedad del clima me pasó la factura y mis ondas volvieron a aparecer, por lo que tuve que sujetármelo y hacerme un moño alto como los de las bailarinas de ballet. Cuando desembarqué me sorprendió lo que me esperaba; era un carruaje cerrado del siglo XIX y por un momento creí que se trataba de alguna broma o que estaba soñando, ya que era un medio de transporte que ahora sólo se podía recordar a través de las películas y de los museos. Realmente parecía haber dado un paso atrás en el tiempo;
—¿Señorita Norman? —Un hombre extrañamente vestido me preguntó, parecía ser el cochero.
—Sí, soy yo. —Reaccioné un poco desconcertada.
—Bienvenida a Bórdovar. —Saludándome muy respetuosamente dijo a la vez que hacía una reverencia mientras las personas encargadas acomodaban mi equipaje—. Soy Beláv Dahrn y voy a llevarla al castillo de Bórdovar, la residencia oficial del principado y en donde la esperan. —Gentilmente me extendió su mano y yo respondí el saludo. Creí que sería un simple apretón como siempre, pero mi sorpresa fue que llevó mi mano a su boca para depositar un casto beso sobre el dorso. Mi expresión era un poema, obviamente debido la falta de costumbre de mi parte, estaba sorprendida por la caballerosidad de él y por su apariencia. Estaba vestido extrañamente con un atuendo de tres piezas; camisa blanca, chaleco verde oscuro de botones, chaqueta manga larga del mismo verde del chaleco que llevaba por dentro, pantalón negro y botas negras altas y muy relucientes. Definitivamente un atuendo muy inusual y más en pleno siglo XXI, sólo que no quería sacar mis propias conclusiones. No quise interpretar mal las cosas, ni su gesto pero si esperaba que alguien me explicara el porqué se vestían así. Él era un hombre ya maduro de contextura gruesa, de piel blanca, cabello castaño claro y ojos grises y ante su gesto de galantería esperaba que por lo menos estuviera casado. Luego firmemente como si fuera un soldado añadió—: ¿Nos vamos?
—Sí, gracias. —Me limité a decir sin saber cómo reaccionar o qué pensar.
 Para disfrutar más del panorama coloqué mis gafas oscuras sobre mi cabeza y subí al carruaje. El trayecto fue tranquilo y el lugar era hermoso, parecía que se había quedado suspendido en el tiempo del renacimiento, no conocían la tecnología o al menos no era permitida. Después me enteré, que el rey estaba haciendo gestiones para implementar la luz eléctrica y el agua potable para beneficio del pueblo y de todo el reino, ya que en el castillo, los nobles y algunos sectores del pueblo y otras regiones, si contaban con una planta de energía que utilizaban solo por las noches y el alcantarillado obviamente por cuestiones de sanidad. Tuberías subterráneas, pozos tradicionales de piedra con poleas y enormes tanques de cisternas, abastecían al reino para gozar de los beneficios del vital líquido. Pero también deseaba terminar el aeropuerto, haciendo a un lado sus tradiciones. Al menos había un helipuerto en el castillo y algunos helicópteros que fueron del rey, pero igual sólo eran para viajar dentro del reino y para conocer Bórdovar, el mundo sólo tenía acceso al lugar por mar. Desgraciadamente, las decisiones las tomó muy tarde y el rey murió antes de que muchas cosas se concretaran, quedando todo a medio hacer y si no había agua y luz en el lugar, mucho menos telefonía e internet. Daba la impresión, de que no quería corromper la tranquilidad del lugar con el afán y el estrés del progreso. Todo transporte era a caballo o a carruajes y para el trabajo las carretas, hasta la manera de vestir era histórica, por un momento de verdad sentí que había dado un paso atrás en el tiempo y eso me daba un poco de temor.
Me recibieron en el castillo de Bórdovar como si fuera de la realeza y el mismo mayordomo del príncipe, estaba esperándome. Era un señor como de unos cincuenta y cinco a sesenta años, de cabello gris y bien parecido, al cual no pude evitar compararlo con el mayordomo de cierto súper héroe, debido a su traje —frac—, gris muy oscuro, tan propio y formal y a su manera tan correcta al expresarse. Su piel blanca y sus ojos color miel con una extraña y casi imperceptible aureola de azul grisáceo cristalino en el borde del iris, me hacían deducir que había sido un hombre muy guapo en su juventud;
—Bienvenida señorita Norman. —Muy amablemente me dijo mientras extendía su mano y me ayudaba a bajar del carruaje—. Me llamo Randolph Lawrence Stevenson, originario de Australia y soy el responsable de que usted esté aquí. Soy el mayordomo de su alteza y en su nombre le agradezco el haber aceptado nuestra invitación, espero que su viaje haya sido placentero y que también haya disfrutado del paisaje.
—Sí, gracias. —Le dije un poco asustada—. Gracias por la invitación y por favor, llámeme Constanza.
—Y usted puede llamarme Randolph. —Me dice a la vez que besa mi mano, mostrándome una leve sonrisa—. Sé que debe de estar muy cansada, pero antes que nada permítame darle un pequeño recorrido por el castillo, para que vaya familiarizándose con todo lo que será su entorno de ahora en adelante. Los sirvientes se encargarán de llevar el equipaje a su habitación.
“Lo del beso en la mano debe de ser costumbre” —pensé tratando de encontrar explicación.
—Está bien, como usted quiera. —Reaccioné sin poder decir nada más a todo lo que había dicho.
Me dio un tour por todo el imponente lugar y yo estaba más que fascinada. A simple vista el exterior parecía una mezcla de Hampton Court, el castillo de Leeds y Windsor de Inglaterra, solo que de un color café oscuro todo, pero imaginarme a Enrique VIII me asustó más. El interior del castillo parecía un sueño, arquitecturas góticas, medievales, barrocas y clásicas decoraban el lugar con finísimos acabados. Era una completa galería de arte coleccionando esculturas y pinturas de los antepasados que formaron parte de la historia de Bórdovar. Una bella pintura del apuesto caballero Lohengrin, llegando en su extraña barcaza arrastrada por un cisne decoraba una de las paredes del vestíbulo y al entrar, lo primero que se veía era un emblema real, —que no era el oficial—, el cual tenía una espada, un cuerno y un anillo símbolos del caballero cisne. Los enormes jardines lucían una hermosa, fina y suave hierba de un precioso color verde muy bien cuidada, en donde se apreciaban también algunas estatuas de la mitología griega que adornaban el panorama. Rebosaban de toda clase de flores y de maravillosas e impresionantes fuentes de agua, que podían igualar o superar a cualquier famoso palacio o castillo de Europa. Después me presentó a la dama que iba a estar a mi disposición, era una señora como de unos cuarenta y tantos años que se llamaba Gertrudis Leffner, vestida como una dama de principios de siglo XX, con blusa blanca de botones hasta el cuello, manga larga y falda gris oscuro larga hasta el suelo. Su estatura no tan alta, su contextura ni tan gruesa ni tan delgada, —en su figura se notaba el corsé—, de cabello castaño oscuro casi negro y sujetado por un moño alto, no era de piel blanca pero si de un tono medio muy bonito, de ojos cafés,  nariz fina y boca de labios carnosos pero finos a la vez. Se miraba bien físicamente para su edad. Se notaba que al igual que Randolph era muy propia, hasta para caminar, pero intentó mostrarme una leve sonrisa también, seguramente para hacerme sentir mejor, ya que todo lo que había visto y sentido hasta ese momento, no me había hecho sonreír. También me presentó a diez mucamas más para todo lo que se me ofreciera, estaban alineadas con un impecable uniforme gris con delantales blancos y redes tipo pañoletas del mismo color en la cabeza. Obviamente también con un cuello alto y falda larga hasta los tobillos. No quise imaginar lo que llevaban debajo de toda esa ropa, es más, me aterraba pensarlo. No era posible que la ropa interior también fuera de época, eso sería demasiado. —“¿Cómo soportaban el calor?” —me preguntaba en ese momento con incomodidad. Después me mostró mi habitación la cual me sorprendió el lujo que representaba, jamás pensé estar en un lugar así en la vida real. Era grande para mi gusto y muy hermosamente decorada al estilo barroco, con bellos y románticos tapices florales que cubrían las paredes. La cama, que estaba ubicada exactamente frente a la puerta era más grande que una matrimonial y era una completa obra de arte, cuyos respaldares de terciopelo color vino tenían dorados y brillantes bordes estilo rococó, lo que supongo era oro. Un hermoso dosel con finas gasas blancas que caían, decoraban la cama y mesas de noche de madera fina, la adornaban a cada lado con tiernas lámparas sobre ellas. Los edredones y las sábanas que cubrían el colchón y las almohadas eran de ensueño, la más fina seda que había sentido. Toda la cama estaba sobre una acogedora alfombra de bello diseño, era una completa fantasía y cómodamente arreglada para producir el más placentero de los descansos. Todo en la habitación era de exquisito gusto y me sentía una verdadera princesa, al saber que dormiría allí quien sabe por cuánto tiempo. A la derecha de la cama había un cómodo sillón y en esa misma pared estaba una gran ventana que daba a un pequeño balcón, la cual estaba adornada con bellas cortinas sujetadas con cordones y borlas colgantes de hilo dorado. A la izquierda de la cama, había un tocador blanco de triple espejo adornado con un hermoso y fino florero de cristal, luciendo un colorido ramo de diversos tipos de flores que me daba la bienvenida. En una pequeña sala, cómodos sillones sobre una fina alfombra persa era un bonito rincón, había un canapé estilo Luis XV cerca de la ventana y un hermoso biombo de madera pulida con diseños florales de vitral, adornaba cerca del armario. Un bellísimo candelabro de bronce, con cristales colgando, decoraba junto con pinturas el techo. Hermosos cuadros paisajistas decoraban las paredes y uno de ellos, una escena de bosque, me parecía particularmente grande que bien podía esconder algo. Todos los finísimos acabados que podía ver, no terminaban de adornar la habitación. Era algo extravagante y jamás pensé que un ambiente así me rodearía, me sentía como si de pronto estuviera envuelta en un capullo de seda, terciopelo y satín. Literalmente, mi cuerpo descansaría sintiendo el placer y la suavidad del tafetán. Una puerta, a unos cuantos pasos del lado derecho de la cama, era enorme guardarropa que parecía el cubículo de alguna tienda y al lado izquierdo, a unos pasos después del tocador, estaba la puerta de un hermoso y acogedor cuarto de baño tapizado con el más fino mármol que se pueda imaginar, el cual tenía un extraño y exquisito aroma a todas las sales, velas, pétalos y esencias que ni siquiera sabía que existían, lo cual terminó de completar el tour. Randolph me enseñó los horarios y las actividades diarias a realizar y una cosa más que me sorprendió mucho, si quería permanecer allí debía de acostumbrarme a su ambiente, o sea que yo tenía que cambiar algunas de mis costumbres y no tratar de cambiar las de ellos. Una de ellas era mi forma de vestir, no podía usar la ropa que llevaba por ningún motivo, —mi estómago se encogió y mente gritó un “NO” que llegó hasta el cielo—, por lo que una persona experta ya estaba lista para actuar. La explicación que necesitaba la experimentaría en carne propia e hice todo lo posible por no arrugar la cara y que todos notaran mi incómoda expresión. Odiaba los vestidos, dejé de usarlos desde los nueve años, no era posible que esto me estuviera pasando. No podía creerlo. Yo había llegado al castillo usando mi ropa lo más cómoda posible; pantalón vaquero azul oscuro, una blusa blanca de mangas cortas, de botones perlados y con cuello en forma de V adornado por delicados encajes. Llevaba una chaqueta negra manga larga muy formal, la cual ya me había quitado debido al calor y unos botines negros de gamuza con tacón medio, terminando de hacer juego con mi atuendo, mi habitual bolso de mano de cuero, también de color negro. Por lo que al verme así, se me tomó todas las tallas, las medidas corporales y de calzado y de inmediato una persona encargada se fue a comprarme un guardarropa nuevo. Cuando regresaron con todo me asombré mucho, todo era con la moda de vestidos largos como se usaban a finales del siglo XVIII o a principios del XIX, acompañados por chales, con sus respectivos guantes de seda o encajes, —largos de brazo completo o cortos a las muñecas, cuando la ocasión lo ameritaba—, abanicos, sombreros, bolsos de tela con encajes, cintas y cordones de terciopelo que se ajustaban a las muñecas de las manos, su par de zapatos y botines correspondientes, corsés y medias con encajes superiores, las que me parecieron muy románticas, —al menos podía conservar mi actual ropa interior y de dormir, lo que me dio mucho alivio—. Tenía que presentarme al príncipe como correspondía y darse cuenta, de que estaba dispuesta a someterme a sus costumbres para lograr su aceptación. No podía dirigirme a él a la hora que yo quisiera, sino esperar a que él decidiera recibirme y tenía que pedir el permiso correspondiente si quería salir a pasear, siempre y cuando, fuera con mi dama de compañía. Como invitada del príncipe, ahora estaba bajo su protección y él era el responsable de mi persona mientras estuviera yo aquí, bajo su techo y bajo el cielo de su reino."

Esto es sólo un fragmento sobre la impresión de Constanza cuando a medida que conocía todo también comenzaba a sentirse extraña. Algunas personas piensan que es un error comenzar una historia describiendo todo y que se debe de hacer poco a poco pero ese es otro asunto que poco me gusta,  no tener como dije una idea -al menos vista- desde el personaje o narrador es como estar en nada, yo necesito ubicarme desde el principio dónde estoy y cómo es el lugar para entonces sin problemas seguir leyendo ya sintiendome más familiarizada (obvio sin abusar de descripciones excesivas que muchas veces son mero relleno.) No se trata de que cuentes toda la historia en el primer capítulo pero si al menos la descripción del entorno del personaje que lleva la voz en el momento es muy importante.

Y para contestar algunas preguntas quizá te interese leer estos dos post en relación a la temática de la saga, haz click primero aquí y luego aquí.

P.D. Los años en los que transcurre la historia contemporánea todavía me los reservo hasta que toda la saga esté publicada y hasta entonces podrán saberse. ;)

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