Comentando con unas amigas en un grupo, hablamos sobre
historia de Francia y los panfletos eróticos que corrían por esa época
ridiculizando a María Antonieta y a su amante Fersen, cosa que hizo caldear más
los ánimos que terminaron estallando en la revolución, una pregunta que yo me
hecho es ¿Dónde queda Luis XVI es todo eso? La relación de ellos era un secreto
a voces que no era para nada desconocida en Versalles aunque fueran sólo
rumores como algunos decían. Son muchas las especulaciones en cuanto a eso y
una de ellas es que Luis lo sabía pero no creía, igual así como ese panfleto
que nos mostró una amiga en donde Fersen monta una especie de avestruz pero con
patas de caballo y con forma de enorme pene erecto y María Antonieta feliz lo
ve montar a la vez que lo acaricia, así hubieron muchos otros que sin ningún
pudor (para la época) se regaron como la pólvora en burla hacia la reina y su
amante. Cuando escribía la escena que les voy a compartir a continuación quise
incluir algo sobre los panfletos eróticos en el siglo XVIII y para eso tuve que
buscarlos, encontré algunos que me sirvieron para describirlos pero no me pregunten
por ellos porque no los bajé, simplemente sólo quería verlos y describirlos así
que van a usar su imaginación y traten de ver este fragmento del segundo libro que
les comparto a continuación:
—Ven, es
necesario que te muestre algo, quiero ser totalmente honesto contigo.
Buscó en un pequeño alhajero que estaba en la gaveta de una mesa
pequeña, una llave antigua y abrió uno de los baúles, su contenido me
estremeció;
—Sé que
conoces los libros y como te dije, no terminé de leerlos, pero no es esto lo
que quiero mostrarte.
Reconocí los libros de Sade y comencé a ponerme nerviosa, sólo
esperaba que Loui no llegara al extremo. Debajo de los libros había una caja de
cartoncillo forrada de seda negra y cuando Loui la sacó, me mostró su
contenido;
—No sé
si los has visto así que no quiero que te vayas a asustar, los adquirí… por una
sugerencia y para ver si… me servían.
—Son
revistas Play…
—No. —Se
apresuró a decir—. Tranquila, mira con detenimiento.
Nos sentamos en la alfombra y obedecí curiosa, a simple vista
parecían panfletos, dibujos satíricos con escenas cotidianas del siglo XVIII
hechos a mano pero… ¿Eróticos? Eran muy, muy eróticos, tanto que sentí cómo
inconscientemente la temperatura comenzaba a elevarse en mí, al mismo tiempo
que algunas me parecían grotescas. Intenté observar sin que Loui me notara
extraña, pero era obvia y aunque fruncía el ceño en algunas escenas que no
entendía, otras eran muy claras, más que claras;
—¿Buscabas
encontrar placer con esto? —Pregunté después de un momento.
—Los
adquirí en Francia después de unas conferencias sobre educación sexual y
erotismo, intentaba encontrar una respuesta a mi problema y aunque las imágenes
que nos mostraron eran a través de un proyector en una gran pantalla, también
nos orientaron a cómo se podían tener acceso a ellas si se deseaba tener una
colección privada, en mi caso yo preferí replicas de originales. Son basadas en
el siglo XVIII pero son copias hechas en la mitad del siglo XIX.
—¡Igual
son una antigüedad! —No podía creer que esos panfletos eran
auténticos.
—Sí.
—Pero
según tú… —comencé de decir apenada—.
¿Tampoco esto?
—Las
compré para nada y han estado guardadas, pero no quise que casualmente algún
día las encontraras y pensaras que te había mentido, quise ser honesto y
mostrártelas.
Lo miré sonriendo y le di un sonado beso en la mejilla, me sentía
muy orgullosa de él. En mis clases de historia había visto algunas escenas así
pero no tan al extremo, los panfletos de Loui los superaban exageradamente,
eran muy explícitos. Parejas de amantes teniendo relaciones abiertamente y sin
pudor en algunos jardines, ella tocando el miembro erecto de él y él a su vez
tocándola a ella, otros dibujos eran peor, se miraba claramente el sexo oral y
en grupos, eso si me pareció grotesco. Otra escena, era de ella con sus pechos
y trasero expuestos apoyada en un piano con la piernas abiertas mientras él la
acariciaba y buscaba penetrarla, en otra, estaba una pareja en un sofá ella
también de piernas abiertas de espaldas a él y mientras ella tocaba la erección
de él masturbándolo, él hacía lo mismo con ella. Los dibujos no mostraban a las
parejas completamente desnudas pero sí sus partes íntimas, era una muestra de
lo que fueron los relatos eróticos en el siglo XVIII pero en lo personal me
excitaron y teniendo a Loui tan cerca, hablándome en su perfecto francés para
traducirme algunas cosas, quise recrear algunas de las benditas escenas. Su
acento me hacía tragar en seco y saborearme;
—No los
necesité antes y menos ahora —dijo sacándome de mis
pecaminosos pensamientos y rompiendo uno de ellos.
—¡¿Qué
haces?! —Pregunté sorprendida.
—Voy a
deshacerme de ellos —contestó mirándome desconcertado.
—¡No!
—Insistí.
Loui me miró sin poder creerlo;
—¿Por qué
no?
—¿Y lo
preguntas? Son una antigüedad.
—¿Y?
—¿Cómo
que y? No los rompas, si quieres véndelos, dónalos o lo que sea, pero no los
rompas.
Me miró muy sonriente levantando una ceja;
—¿Te
gustan?
—No se
trata de eso —contesté disimulando—. Como sea son antigüedades y valen mucho, no sólo económicamente sino
por lo que son.
—¿Segura?
—Insistió
acercándose a mí y haciendo que me acostara en la alfombra.
—Piensa lo que quieras
—conteste evitando el nerviosismo—. Está
bien, si te apetece rómpelos, no me importa.
—Eres
especialista en arte… —continuó mientras sutilmente se colocaba
encima de mí y comenzaba a levantar mi pierna sintiendo las medias que lo
volvían loco—. Y como buena profesional,
eres conocedora y te duele que algo le pase a una antigüedad, en este caso, a
algo tan simple como lo son estos papeles.
“Al
menos rompió la escena de la orgía” —pensé aliviada.
—Por lo
menos rompiste la escena de una orgía, no se perdió gran cosa —dije
mostrándome desinteresada. Él sonrió.
—Tienes
razón, soy un niño malo y no me gusta compartir lo mío.
—Igual
yo, soy muy egoísta y lo mío es mío y de nadie más.
Me besó con fuerza, su lengua jugaba con la mía y su pulgar ya
acariciaba en círculos mi monte Venus a través del panty;
—Loui,
¿Qué haces? —Pregunté ante la sacudida que me provocó.
—Cumpliendo
otra fantasía. Desde que te conocí, quise hacerte el amor aquí.
Sabía que me iba a decir eso y la idea me gustó, pero como ya me
sentía extremadamente excitada quise hacerlo a mi manera;
—¿De
verdad?
—Aja… —musitó
mientras besaba mi cuello.
—En ese
caso lo haremos a mi manera —le dije sujetándolo y llevándolo a uno de sus
muebles antiguos. Lo senté en un sofá, íbamos a recrear una de las escenas.
—Amor
mío, ¿Qué haces? —Preguntó encontrando la respiración.
—Vamos a
jugar —contesté mientras me hincaba en medio de sus piernas y comenzaba a
liberar su erección ante su mirada de desconcierto—. Madame Waldemberg quiere que su precioso y perfecto amante la haga
vibrar y la lleve al límite del cielo.
Su mirada deseosa se oscureció de nuevo en señal de complacencia y
mientras yo comenzaba a saborearme, él se inclinó a mí para buscar mi boca y a
la vez abrazarme y abrir el cierre de mi vestido;
—Mon
amour, mon grand
amour —susurró cálidamente en mi oído a la vez que
acariciaba y besaba la piel de mis hombros. Sentí derretirme ante él—. Prometo llevarte más allá de eso, hasta el
infinito, el universo es sólo nuestro.
—¿Comenzamos?
—dije
mientras deseosa lo reclinaba de nuevo en el sofá e introducía en mi boca el
objeto de mi deseo.
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