El 24 de abril es su cumpleaños ¿Ya la conoces? Cuando escribí (y terminé la primera entrega de la saga "El Príncipe de Bórdovar") no tenía claro qué rostro ponerle a la protagonista de mi obra, como primera opción pensé y me gustó Catherine Z. Jones (igual no la descarto porque servirá más adelante) pero es una persona que no se adaptaba por la edad de la protagonista así que me decidí por Natalie sin darle más vueltas al asunto, pero independientemente de quién sea existe un personaje llamado Constanza Norman y es el que me gustaría que conocieras, a continuación comparto un poco de su historia que está narrada en la segunda parte de "El Príncipe de Bórdovar"
**FRAGMENTO**
"Mientras estábamos en silencio y me abrazaba a su
pecho acariciando mi brazo, no pudo evitar preguntar.
—¿Tuviste una infancia difícil amor mío? Tu acta de
nacimiento dice que naciste en Belice.
Su pregunta me tomó por sorpresa y después de un
suspiro le contesté.
—Sí y sí.
—Disculpa. —Besó mi frente—. No voy a indagar en algo
doloroso para ti, no me digas nada si no quieres.
—Mi madre era una gran mujer y lo dejó todo por amor,
se rebeló contra su familia por él, se entregó a él y yo soy el fruto. Se
casaron sin la aprobación de los abuelos e intentaron tener una vida normal
como todas las parejas, sin embargo no fue así. Mi padre creyó que al menos
gozaría algo de su dinero al casarse con ella, pero sus planes se fueron al
caño. Dice mi abuela que su embarazo no fue fácil, al poco tiempo conoció en
realidad al hombre con el que se había casado y comenzó a sufrir sus
infidelidades.
—Tranquila amor mío. —Acariciaba mi cabello.
—Su parto fue complicado y por poco pierde la vida, el
desgraciado de mi padre no estaba con ella cuando comenzó con los dolores de
parto a media noche. Dicen que lo llamó porque se suponía que estaba
trabajando, pero no le dieron razón de él, ella supuso que le había mentido de
nuevo y estaba con alguna amante. Fueron mis abuelos los que la llevaron al
hospital, a las dos de la mañana por fin aparece inventando todas las excusas y
a mi abuelo no le bastó y le dio tremendo derechazo en pleno pasillo de
hospital. Eso le costó la vida, comenzó a sentirse mal y no pudo conocerme.
Hice un silencio mientras él seguía acariciando mi
frente y cabello.
—Tranquila.
—La abuela se descontroló y aunque los médicos lo
atendieron a tiempo, nada pudieron hacer. No le dijeron nada a mi madre en el
momento, dos horas después de la muerte del abuelo nací yo.
Escuchaba su suspiro y sentía sus besos en lo alto de
mi cabeza.
—Pasó lo que pasó y tanto mi madre como mi abuela se
recuperaron con el tiempo. Al parecer mi padre se sentía culpable y suplicando
perdón convenció a mi madre de que no lo dejara, sin embargo al parecer lo que
en el fondo quería era la parte de la herencia que le tocaba a ella, no era
mucho pero si algo y al no lograr nada, volvió a sus andadas. La vida de mi
madre junto a él fue un infierno, algo que jamás se imaginó. Recuerdo sus
discusiones y su indiferencia para conmigo, creo que “una niña” no era lo que
él quería. Mi madre no tocó un solo centavo porque era deber de él como hombre
velar por ella y su hija. La gota que derramó el vaso fue cuando yo iba a
cumplir los cinco años, recuerdo que ese día estaba jugando en mi habitación
con mis muñecas y mamá me preparaba mi postre favorito; “Plátanos en gloria”
eran bananos salteados en azúcar, mantequilla, leche, vainilla y canela a fuego
lento, la cocina olía rico porque los canelones en el horno ya casi estaban
listos, pero llegó él más temprano que de costumbre y eso nos extrañó a ambas.
Llegó ebrio y quiso aprovecharse de ella en la cocina, al escuchar sus voces y
la de mamá alterándose me acerqué a la puerta de la cocina y lo vi. La sujetó
de la cintura y con la otra mano le levantó el vestido hasta tocarla por debajo
de él. Mi madre se resistía y más cuando me vio, él al verme se enojó mucho y
me corrió de la cocina. Al ver que no obedecía soltó a mi madre y se quitó el
cinturón amenazando con golpearme, al verlo mi madre lo quiso detener pero él
la golpeó con tal fuerza, que ella cayó casi encima de la estufa quemándose el
brazo en la hornilla y derramando el postre al suelo. Al ver que él venía furioso
hacia mí, corrí hacia mi habitación, pero los gritos entre ellos seguían, mi
madre lloraba por la quemadura y por el golpe en su cara y mi padre, no paraba
de gritar y maldecir todo. Cuando él le exigió su dinero y ella seguía en su
negativa, vi que la sacó de la cocina arrastrándola del cabello, la lanzó al
suelo de la sala y comenzó a patearle el estómago y los costados…
Recordar eso me erizaba de nuevo la piel, fue
horrible, ver a mi pobre madre… y yo no pude hacer nada para evitarlo y para
ayudarla, no podía detener mis lágrimas.
—Tranquila amor mío. —Me estrechó con fuerza y
suspiró, su cálido aliento inundó mi cabeza.
—En ese momento, el teléfono del pasillo sonó y corrí
a contestar —continué—. Era la abuela que llamaba justo a tiempo, como si hubiera
presentido las cosas y recuerdo que sólo logré decirle “Abue, papá está
golpeando a mamá, ven pronto que la va a matar.” No sé cómo sucedieron las
cosas, pero al rato la abuela llegó, él se había ido y había dejado a mamá casi
muerta en la sala, la llevaron a una clínica y lograron atenderla. Desde ese
día nos mudamos con la abuela a su casa y aunque mamá se recuperó de la golpiza
no tenía el valor de denunciarlo, hasta que la abuela la obligó. Luego supe lo
que había pasado, era que lo habían despedido debido a unos fondos faltantes en
la empresa para la que trabajaba y debido a eso, había llegado borracho y de
mal humor.
—¿Y quería el dinero de tu mamá para no ir a la
cárcel?
—Supongo que sí, pero igual siempre lo encerraron, el
mismo banco de la empresa embargó la casa en la que vivíamos para compensar en
algo la cuantiosa pérdida, además con la denuncia de mamá y la de la misma
empresa, más las pruebas, le dieron muchos años. La abuela pagó para que se me
quitara el apellido de él y evitarme un desprestigio en el futuro, él por
capricho no quería renunciar a su paternidad, seguramente me veía como un as
bajo la manga llegado el momento, sin embargo debido a la condena que le pesaba
no tenía otra opción, saldría cuando yo ya no necesitara de él. Aunque renunció
a mí no lo hizo con mamá, ella solicitó el divorcio muchas veces pero él nunca
se lo dio, mi madre había tenido un enamorado en su adolescencia y sabiendo lo
que había pasado él la seguía queriendo y deseaba hacerla feliz, ser un
verdadero padre para mí, pero aunque mamá le diera la oportunidad tampoco pudo
ser. Cuando lo encerraron a él, regresamos con la abuela a México después que
vendiera la casa de Belice, no obstante debido a uno de los golpes que mi madre
recibió se le formó un coágulo en un costado, lo que poco a poco la fue matando
y siete meses después, murió.
Recordar todo de nuevo hizo rodar mis lágrimas, aunque
la recuerdo poco, para mí fue la mejor madre porque lo único bueno de su
relación con él, fui yo, por mí soportó todo, ella me llamaba “princesa” y el
pensar que hubiera podido verme como princesa hizo que ya no pudiera
controlarme. Que una niña de casi seis años presencie el dolor de su abuela y
el velatorio y la sepultura de su madre, es desgarrador.
—Tranquila amor mío, yo jamás haré eso. —Me abrazó con fuerza llenándome de besos—. Preferiría
morir que hacer eso, no temas. Eres mi princesa, mi joya, lo más preciado para
mí. Voy a cuidarte y a protegerte hasta mi último aliento.
—“Mamá cuida a mi Constanza, cuida a mi princesa, me
duele dejarla, es mi niña, dile que la amo y que desde el cielo la voy a seguir
cuidando” le dijo a la abuela una tarde que ambas platicaban en el pórtico de
la casa. Yo no entendí en el momento, pero si notaba su semblante de dolor no
sólo por el coágulo sino por el de su corazón. Tres días después ya no pudo
levantarse de la cama y esa tarde pidió verme, me abrazó, me llenó de besos y
me dijo que me amaba mucho, que me amó desde el mismo instante cuando supo que
llegaría a su vida y que fui esa luz que ella necesitaba. Yo también la abracé
y la besé, ella no paraba de llorar, la abuela se mostraba fuerte para no
asustarme pero era inútil. Mi madre ya no vio la luz del amanecer.
Me había derrumbado en llanto ante él, necesitaba
desahogarme, lo había hecho. Por primera vez dependía del cariño de alguien y
me aferraba a eso, no quería, sin embargo lo estaba haciendo. Me daba miedo, ya
no quería sufrir, me daba terror volver a pasar lo mismo, al imaginar una niña
mía en mi misma posición, entendí perfectamente el dolor de mi madre. Por un
momento me vi a mí misma en la escena, yo en la alfombra llorando de dolor
mirando una tierna niña de casi cinco años que también me veía llorando
mientras se aferraba con fuerza a su muñeca y yo, en una esquina escondida
mirándome en el suelo ensangrentada por los golpes de la cara, necesitaba
olvidar eso, necesitaba enterrar de una vez esos recuerdos. Lloré y lloré
aferrándome con fuerza al pecho y a los brazos de Loui, él me dio su protección
en ese momento llenándome de besos y secando mis lágrimas.
—Y fue por eso que crecí con la abuela —continué
cuando pude calmarme—. Incluso llevo su nombre y el apellido de mi abuelo, ella
se encargó de mi educación. Después de presenciar la golpiza de mi madre yo me
volví más temerosa, casi no hablaba, era muy tímida, no interactuaba. A duras
penas me gradué del kínder, ni siquiera quería pintar, no jugaba, no comía, no
permitía que un niño se me acercara. Estuve en terapia con una psicóloga
infantil y a la muerte de mamá fue peor, me encerré en mí misma y no hablé
durante un año.
—Amor mío… —Susurró acariciando mi cara, mientras
secaba mis lágrimas con su pulgar.
—La abuela hizo un viaje conmigo para lograr sacarme
de mi caparazón, hicimos turismo interno en México, luego Disney World en la
Florida, Puerto Rico, España y varios otros países. El viaje duró un año y fue
ella la que me inició en la música, en la danza y en la pintura, me gustaba
escuchar su música clásica porque me relajaba y sentía que me llevaba a otro
mundo. Intenté crear reinos de fantasía a través de los colores de las
acuarelas y con el ballet pues… también lo intenté aunque lo dejé poco antes de
iniciar la secundaria, la verdad no soporté la disciplina. Ella me dio mis
primeras lecciones de piano, pero al mostrarme el violín que fue del abuelo
supe que era lo que quería, pagó maestros para que me dieran clases privadas
desde los siete años.
—Eres preciosa. —Susurró mientras seguía acariciando
mi cabello.
—Gracias.
—¿Por qué
Belice?
—Porque aunque él era ciudadano americano su trabajo
lo obligaba a vivir allí, hasta su país dejó mi madre por él, fue por eso que
el abuelo decidió comprar una casa para estar cerca de nosotras, se mudaron
poco antes de mi nacimiento sin saber lo que ocurriría. Después de su muerte la
abuela regresó a México con él para enterrarlo en la cripta familiar y en los
años siguientes pues, nos visitaba al menos tres veces al año. Afortunadamente
ella ya tenía una semana de haber llegado cuando sucedió lo de mamá, no sólo
había llegado para celebrar mi cumpleaños sino para hacerle unas mejoras a la
casa de Belmopán, pero igual llegó a tiempo.
—¿Tu madre era hija única?
—Sí, bueno tuvo un hermano menor que nació en España
pero murió siendo un infante. Ella creció en España, la abuela era española y
el abuelo canadiense, pero el padre de él era inglés, igual se conocieron, se
enamoraron, radicaron tanto en España como en Canadá e Inglaterra, pero el
bufet notarial de la familia del abuelo se extendió y fue como ellos llegaron a
México. Luego al nacer mamá regresaron a España y así pasaron su vida entre un
país y otro.
—Mmmm con razón eres tan linda. —Besó lo alto de mi
cabeza—. Eres una mezcla del Viejo y del Nuevo Mundo, que afortunado soy, me
siento como un conquistador.
—Gracias. —Sonreí con timidez.
—¿Y de ese hombre volviste a saber?
—¿De mi padre? Salió de la cárcel cuando yo comenzaba
mis estudios universitarios en Estados Unidos, me buscó una vez que yo visitaba
a la abuela en México con unas amigas. Quiso aparentar ser una mansa paloma
negando todo, pero para su desgracia yo recordaba algunas cosas y no pudo
engañarme. Terminó sus días en una clínica para alcohólicos. Luego al saberlo
muerto, mi abuela se sintió tranquila y también pudo entregar su alma al
creador, no deseaba hacerlo hasta verme casada o al menos hasta saberme con
alguien que me cuidaría de verdad, sin embargo su diabetes no se lo permitió.
La enterré junto al abuelo y a mi madre. Ella me educó, ella me hizo la mujer
que soy y parte de su herencia y la herencia de mi madre me sirvieron para mi
educación. Cuando todo acabó y me sentí “Anita la huerfanita” vendí la casa de
México ya que me traía tristes recuerdos, compré un pequeño apartamento en
Miami que compartí con mi mejor amiga de estudios y me dediqué a eso, a estudiar.
Saqué mi carrera y el Máster en Educación Musical en la Universidad de Miami y
luego la licenciatura en Historia del Arte en la Complutense de Madrid. Al
terminar la carrera mi labor de docente en la práctica profesional me llevó a
ocupar un puesto importante que me fue reservado hasta mi graduación. Después
de eso seguí estudiando y trabajando y lo demás me tiene aquí.
—Eres maravillosa, me siento dichoso de haber
compensado tu sufrimiento —dijo besando mi frente.
—Estamos igual, ¿No te parece? —Besé su pecho.
—Tienes razón, ambos nos complementamos, nos
necesitamos y me alegra mucho, me honra y me enorgullece, haber sido el primer
hombre en tu vida. Agradezco a Dios tu forma de ser y a tu abuela por la
educación que te dio, eres perfecta para mí.
Levantó mi cara y nos besamos, me estrechó con fuerza
y me sentí protegida por él. El sueño nos terminó venciendo y decidimos dormir
un poco, me sentía liberada, sentía que me había despojado de un peso, me
sentía liviana, me sentía satisfecha. Si mi madre y mi abuela me hubieran
podido ver, se sentirían felices y orgullosas de mí y eso me hacía feliz.
Recordándolas, lloré por última vez para dejar el pasado donde debía de
quedarse, atrás."
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